“Lied, canción de intensidad delicada y profunda sutileza”
Son pocos los amantes del lied aunque profundamente fieles; amar el lied requiere una sensibilidad especial.
Uno ama la música sinfónica porque es la abstracción absoluta, la música en su esencia, desnuda, plena, matemática y salvaje, infinita y a la vez estructurada.
Los seguidores de la ópera y la zarzuela son del Arte total, el drama, la pasión que arrebatadoramente se funde con las notas de la orquesta teñidas con la sangre de la vida y el frío de la muerte, aquí la música se viste de carne, desciende de las esferas y habita en lo mas visceral de nuestros deseos.
“Los amantes del lied son seres errabundos”
No encuentran su espacio en las magnitudes. Espíritus delicados que respiran los sutiles aromas de la poesía, que se estremecen con el roce de una metáfora aterida entre acordes, con la sencillez de una melodía que encierra todo sin poseer nada. Hay que ser un «lobo estepario» para reconocer que en la soledad de un silencio, en la levedad de un breve poema musicado hay, a veces, mas esencia, mas intensidad de la soportable.
Los amantes del lied son habitantes de un mundo invisible y de un tiempo extinguido o, quizá, todo lo contrario.

“Lied, canción de intensidad delicada y profunda sutileza”
Son pocos los amantes del lied aunque profundamente fieles; amar el lied requiere una sensibilidad especial.
Uno ama la música sinfónica porque es la abstracción absoluta, la música en su esencia, desnuda, plena, matemática y salvaje, infinita y a la vez estructurada.
Los seguidores de la ópera y la zarzuela son del Arte total, el drama, la pasión que arrebatadoramente se funde con las notas de la orquesta teñidas con la sangre de la vida y el frío de la muerte, aquí la música se viste de carne, desciende de las esferas y habita en lo mas visceral de nuestros deseos.



“Los amantes del lied son seres errabundos”
No encuentran su espacio en las magnitudes. Espíritus delicados que respiran los sutiles aromas de la poesía, que se estremecen con el roce de una metáfora aterida entre acordes, con la sencillez de una melodía que encierra todo sin poseer nada. Hay que ser un «lobo estepario» para reconocer que en la soledad de un silencio, en la levedad de un breve poema musicado hay, a veces, mas esencia, mas intensidad de la soportable.
Los amantes del lied son habitantes de un mundo invisible y de un tiempo extinguido o, quizá, todo lo contrario.
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